Y así era ella,
de esas de Allen y Sabina,
de sueños con Manhattan
y la calle Melancolía.
De las que se guardaban los orgasmos en el bolsillo,
te regalaban una desvergonzada sonrisa
y se iban, así, sin más
Aquel abril,
de madrugada, para ser exactos,
se autoconvenció -que suele ser similar a mentirse-,
de que no volvería a escribir para nadie
que no fuera ella misma.